Los muertos
(19, 20, 21 de noviembre de 1951)
24
Es 1951, mes de noviembre. Han pasado catorce años. De nuevo la Tercera persona narradora. Vamos a leer un capítulo muy intenso y muy bien construido en cuanto a su forma y a su fondo. El humor es un elemento primordial para que los lectores percibamos en toda su dimensión la tragedia de nuestros personajes y de España. No es una novela de la guerra, es la del fracaso de unos personajes que luchan por la vida en medio de la Guerra Civil. Estamos en la posguerra y el fracaso y el dolor continúan.
El barbero en la barbería:
Pero sobre todo noviembre le recordaba la marcha de Julia, aunque, contra lo que algunos pensaban, ese mes y sus recuerdos no llegaban con un cuchillo entre los dientes. Julia se había marchado, sí, y él estaba solo desde entonces, pero cuando pensaba en ella se sentía afortunado por haberla amado.
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No, no la había olvidado, y no quería olvidarla, y cada noviembre le escribía una carta que emanaba amor y que ella respondía al mes siguiente desde Argentina, con unas pocas líneas para desearle que fuera feliz en el nuevo año.
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Allí están Cuaresma, que de nuevo es alcalde (aunque puede que lo sea ChonCuaresma), y su sobrino Daniel, que juega al fútbol, para poco a poco darnos a conocer que Salazar y Franco, los dos dictadores, al día siguiente van a cazar en el Paternóster. Pero la lluvia no cesa.
Llega un Comandante y le comunica que ha de hacer un servicio completo. Y así elbarbero llega al Palacio:
Al descender no pudo evitar mirar hacia la izquierda, donde había estado el Mausoleo.
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El comandante le comunica un secreto de estado.
-El Caudillo tiene una verruga –susurró el comandante-
-¿Una verruga? –repitió, porque no estaba seguro de haber oído bien.
-Una verruga, sí. No demasiado grande, y por eso no se ve, oculta por el cabello, pero tampoco pequeña. En la parte posterior de la cabeza, un poco por encima del occipucio –siseó como si fuera algo vergonzoso
-¿Occipucio?
-En la parte posterior de su cabeza, le he dicho. Usted sabe que nacen en los sitios más inesperados. Y oculta, bien oculta. Se lo advierto pirque podría ocurrir que, al pasar las tijeras, hiere esa protuberancia.
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Entra el teniente y conversan. El barbero explica:
¿Significa eso que, si yo le pidiera que me cortara el pelo y me afeitara, podría saber cómo soy?
-En algunos aspectos, sí. Puedo deducir algunas costumbres del cliente: si es un hombre aseado o sucio, si se lava o no la cabeza, si limpia o no de cera sus oídos. Si es humilde o presuntuoso, seguro de sí mismo al mostrar su calvicie o inseguro de tratar de ocultarla con la forma de peinarse. En ocasiones, incluso se puede advertir alguna enfermedad.
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Llega Franco:
-Esta provincia siempre me trae buenos recuerdos –venía diciéndole-. En su capital fui proclamado Generalísimo de todos los ejércitos españoles.
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Describe la voz de Franco:
Su voz sonaba en vivo más aguda y blanda en las emisiones radiofónicas y si el barbero no hubiera conocido su historia, tal vez se habría dejado engañar por su aspecto inofensivo, que parecía la parodia de un militar: la voz atiplada, la estatura baja, la ausencia de vigor, la cabeza redonda y las mejillas melifluas, los ojos bonachones. Su imagen había cambiado desde el fin de la guerra y, al tiempo que consolidaba el acierto de una política que la evolución del mundo parecía ratificar, en sus calculadas intervenciones públicas ya no daba la impresión, como entonces, de que acababa de llegar a un consejo de guerra donde había firmado algunas sentencias de muerte. A pesar de aquella imagen inocua, bien manejada por sus hagiógrafos en todos los medios de comunicación, el barbero era consciente de sus métodos, que no conocían el perdón y que habían ido extendiendo entre sus adversarios la certeza de que quien se enfrentaba a él de un modo u otro terminaba perdiendo.
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El barbero localiza la verruga. Éxito. Llega el teniente: la Guardia Civil ha detenido a un furtivo. A Franco sólo le interesan las dieciocho puntas del ciervo macho reservado para él.
-¿Y el furtivo?
-haga con él lo que sea costumbre –despachó.
El oficial se retiró con un saludo y Franco volvió a sentarse, mascullando entre chasquidos:
-¡Furtivos! Es imposible acabar con ellos. A veces…, a veces me dan ganas de poblar los montes con lobos en lugar de ciervos, a ver si así dejan de cazarlos.
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Furtivos y maquis:
-¿En esta comarca hay maquis?
-Ya no, excelencia. Los hubo hace tres o cuatro años. Se escondían en la zona del Paternóster.
-¿En el Paternóster? ¿Dónde yo iré a cazar mañana?
…
-La Guardia Civil los mató a todos en una emboscada
-¿A todos? Muy bien. Habrá que premiar al oficial que lo organizó… esta tierra es … maquis y furtivos… Usted, con esa pierna –señaló-, no es cazador.
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Leemos en El País cómo se presentó el libro de Secundino Serrano:
Los descendientes de miembros del maquis y los 40 o 50 guerrilleros que todavía viven, supervivientes de ese ejército de hombres del monte que llegó a sumar 6.000 combatientes que lucharon contra Franco y contra su régimen emboscados en las montañas, recibieron ayer un homenaje público del secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, al actuar de presentador del libro Maquis, historia de la guerrilla antifranquista, obra del leonés Secundino Serrano. Zapatero reconoció la valentía y la generosidad de este colectivo, así como la injusticia de su olvido. 'La transición corrió un velo sobre la memoria para conseguir la reconciliación', interpretó Zapatero, que reconoció la escasa simpatía de los socialistas de la época, así como la antipatía manifiesta de la cúpula de los comunistas hacia estos guerrilleros que tuvieron durante años de cabeza a la Guardia Civil, pero que su balance sólo admite la calificación de trágico, porque perdieron la guerra, la posguerra y su memoria se sepultó durante veinticinco años de democracia.
El acto de presentación de este libro fue un encuentro entre leoneses. El autor, Secundino Serrano, y los dos introductores, el escritor Julio Llamazares y el secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, convocados en la Casa de América de Madrid por la editorial Temas de hoy. El líder socialista conoce de antiguo a Serrano, ya que en un libro anterior recordó al capitán Lozano, abuelo de Zapatero, fusilado por las tropas franquistas en 1936 por mantenerse leal a la República. 'Mi familia siempre agradecerá la vindicación del nombre de mi abuelo, que en su testamento, escrito la noche anterior a ser fusilado, quiso transmitir a sus descendientes que sólo aspiró a una España en paz y a la justicia para los desfavorecidos', evocó Zapatero.
No se trataba ayer de hacer un juicio a la izquierda durante la guerra y la dictadura, pero este recuerdo al maquis no podía pasar por alto los pasajes del libro en los que se pone de manifiesto la separación total y deliberada de socialistas y comunistas con estos guerrilleros. Tanto el escritor Julio Llamazares como el líder del PSOE hicieron mención a esta circunstancia. El líder del PSOE se consideró en la obligación de defender y justificar la actitud de sus antecesores: 'Para el autor unos son héroes y otros traidores, y los políticos no quedan muy bien parados'. Zapatero comprendió que el análisis de la actuación de los guerrilleros y la de los políticos hace imposible encontrar un hilo conductor: 'La política es matiz, cesión, y la violencia exige no transigir, no matizar, la muerte, en suma'. ¿De dónde viene la decisión del PSOE de la guerra y de la posguerra de no participar en una guerrilla? Según Zapatero, arranca de la ética de Pablo Iglesias, fundador del PSOE. Es posible que alguien pueda recordar al líder del PSOE la histórica alusión de Iglesias, en el Congreso de los Diputados, a la necesidad de utilizar 'la violencia' contra el gobierno de Antonio Maura. Es verdad, también, que no se conoce del fundador de la UGT y del PSOE otra proclama de esa naturaleza. Pero Zapatero tenía ayer especial interés en defender el carácter pacifista de la izquierda. 'Muy pocas veces la izquierda ha abrazado la violencia y la historia ha puesto de manifiesto la escasa viabilidad de la lucha armada como potencia transformadora', afirmó.
Pero aparte de justificaciones de familia ideológica y de partido se trataba sobre todo de homenajear al maquis, gentes sin obediencia partidaria, y las palabras de reconocimiento de los presentadores de la obra no dejaron duda de este propósito. El libro, 'repleto de erudición, de hechos, con gran fuerza emotiva, es una historia de vida y muerte, porque el maquis constituyó el último eco de la España del desastre y la derrota de la España utópica frente a la pesada y plomiza que algunos se atrevieron a llamar la España eterna', dijo Zapatero, que no ahorró calificaciones durísimas sobre el régimen de Franco, su dureza y brutalidad durante la posguerra, al tiempo que alabó la 'valentía y generosidad' de estos guerrilleros.
La vindicación de su memoria fue lo que destacó el escritor Julio Llamazares como aspecto esencial de la obra del profesor Serrano. 'El secuestro de la memoria de la transición ha confundido perdón con olvido y este libro viene con 25 años de retraso pero, por fin, se hace justicia con los grandes perdedores del siglo XX en España', señaló. Pero Llamazares concedió toda la autoridad a Secundino Serrano en esta materia. 'Esta oposición al franquismo no está en los libros; solo pretendo situar a esos hombres en la Historia de España', sentenció Serrano.
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El barbero está afeitando a Franco:
Pero durante unos segundos se mantuvo todavía completamente inmóvil, ocultando la acerada velocidad con que le latía el corazón. De pie junto al sillón, cuyos correajes y brillos metálicos ofrecían matices funestos, en la mano izquierda la escudilla y en la derecha la navaja, con el brazo ligeramente extendido hacia atrás, calculó su siguiente paso. Ya no estaba el comandante en la sala, solo los dos guardias moros permanecían a ambos lados de la puerta, mudos como dos estatuas, más como un ornamento exótico y lujoso que como una verdadera protección, y en el silencio –ya no llegaba de fuera el murmullo de aclamación, como si la multitud se hubiera tomado un descanso en sus gritos, esperando el resultado de su requerimiento- la habitación de techos muy altos y tan poco acogedora a pesar de la excesiva luz que derramaba el racimo de bombillas, le pareció fúnebre como una morgue. Si Franco hubiera tenido la cabeza erguida y los ojos abiertos, habría advertido la insoportable tensión que padecía el barbero, estremecido por recuerdos tristísimos, torturado por el descubrimiento de que en ese instante nada mediaba entre él y el dictador inerme, que entre el acero y la piel no había escudo ni pantalla, y que sin embargo él, un barbero cojo debilitado por la palabrería y derrotado por la carencia de abrazos, nunca había tenido ni tenía suficiente coraje.
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El teniente regresa pidiendo perdón para el furtivo:
-¿Perdonar a alguien que caza mis ciervo? ¿Perdonar?
-Solo buscaba un poco de comida, excelencia. Tiene varios hijos.
-¿Perdonar? No, teniente. No podemos que alguien que ha cometido un delito quede impune. Hemos logrado levantar una nueva España a base de castigo, no de perdón.
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Pero la crueldad del dictador es mayor cuando le ofrece un pacto al teniente:
-O castiga a ese hombre y sigue usted en el ejército, ascendido a capitán –continuó al fin-, o lo deja libre y entonces asume usted su culpa y entrega ese uniforme. Usted decide.
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Ser cruel o cobarde.
Termina esa escena y el barbero está de nuevo en la barbería. Por Cuaresmasabemos que el furtivo es Viriato, y el trance en el que se encuentra el teniente, hijo de un militar que sirvió en Marruecos y hermano de un soldado que murió en la guerra con dieciocho años.
Debe el teniente tomar una decisión y acude a la barbería. El teniente sabe lo del corte de pelo de Julia:
-¿Por qué lo eligieron a usted?
-Porque así el castigo resultaba más doloroso –respondió al fin, y al observar su gesto de asombro, añadió-: No debe extrañarse, esas ideas no han cambiado mucho desde entonces… Usted mismo lo oyó hace unas horas: “No podemos permitir que alguien quede impune” –repitió las palabras de Franco, pero no imitó su tono de voz.
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-¿Quién lo denunció?
-Quién. Nunca lo supimos. Siempre he sido un hombre tranquilo. He huido de las discusiones, de los gritos, de las protestas en público. Pero Julia no, Julia no. Ella era … y tal vez lo siga siendo, ya hablo de ella como si hubiera muerto… Ella era muy impulsiva y no sabía callar cuando lo conveniente era estar callado. Quién. Pudo ser cualquiera, cualquier vecino que nos odiara o nos tuviera envidia. ¡Un barbero cojo con una mujer tan bella! No lo sé. Si algún día salieran a la luz las denuncias nos llevaríamos muchas sorpresas.
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Ahora se contará, en Primera persona, a través del diálogo con el teniente, cómo fue aquella, porque “no podemos permitir que algo quede impune”.
Aparecen los cadáveres enterrados catorce años atrás, durante el partido de fútbol. Una mujer raja el balón como si fuera…
El teniente ya ha tomado una decisión.
25
Marta está asomada a la ventana que da al Garona. Dice “vivían…” ¡qué manera de indicarnos que Marta no lo hace sola. Vive, efectivamente con sus hijos y con su marido Émile. Alusión a la Revolución, a lo que en otro sitio (Francia) pasó y en España nunca llegó a ser. Coge la carta de Tena, en esa hora en la que tiene sólo para ella. Nos cuenta cómo es la vida, allí, después de los años de lucha, llegado ya el pesimismo:
Entre otros temas la escritora Almudena Grandes nos contó en Inés y la alegría este episodio de nuestra historia que algunos sólo conocimos cuando el acontecimiento fue novelado. Es una historia de amor, pero también es la historia de unos días que pudieron cambiar para siempre el destino de España.
Todo va cambiando, porque ahora
Había deducido que ser revolucionaria ya no consistía en seguir luchando ingenuamente por la utopías, sino en aceptar que las utopías no se realizarán nunca, que el ser humano estaba genéticamente incapacitado para alcanzarlas y que, por lo tanto, lo verdaderamente revolucionario eran conformarse con establecer la dignidad, el bienestar y la justicia en las pequeñas parcelas de la vida cotidiana y entre las personas que la rodeaban.
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Se nombra ya a ese primer hijo, cuya historia vamos conociendo después de su llegada al pueblo de su tío y sus primos, y cómo muere el tío en un bombardeo, y cómo lo tiene que entregar a esas manos generosas, tan generosas, generosísimas, que le quitarán de problemas.
Tena se ha encontrado con Mangas, le dice:
Le conté lo mismo que a ti te estoy contando ahora: las dificultades del día a día y el callejón sin salida al que nos llevó la derrota, somos los vencidos y nada podemos esperar de los vencedores. Incluso tenemos miedo de nosotros mismos, de que al reunirnos atraigamos nuevas represalias para las que no habría indulto posible.
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Y los mil trabajos que Tena hace para comer todos los días; y el Mangas coupier, y los recuerdos de Rubén, y cómo ella continuó en la guerra, y cómo incluso llegó a ser voluntaria para participar en un pelotón de fusilamiento.
Y nos hace presente cómo estableció su relación con Émile en ese tren entre Tolouse y Labége, y el recuerdo de cuando era niña y vijaba en el bagón de correos, y ahora esa nueva visita , y el embarazo del hijo de Rubén y cómo se lo llevaron:
Marta, vacía, hueca, exhausta y sola, volvió la cabeza hacia la pared más cercana y se quedó inmóvil, susurrando:
-¡Perdóname, perdóname, perdóname, perdóname, perdóname!
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Marta escribe a Tena:
Los tres episodios finales
26
Aquí termina la novela. Ya sabemos el final de muchos de los protagonistas de esta novela coral. Sabemos quiénes son los vivos, que viven muertos, los muertos que ya no vivirán.
Ahora aparecen en escena Teo, Ricardo, Agustín y Viriato. Son niños. A Viriato ya le ha soltado el teniente.
Han llegado al Palacio, que ahora está solo porque De las Hoces ha ido al internado a visitar a su hijo ahora, y siempre, enfermo. Allí acuden a disparar balinazos contra la Andrómeda desnuda y encadenada. Allí, junto a los escombros del Mausoleo.
Sabían que unos años antes sus hermanos mayores también habían venido ante la estatua, algunos con las mismas escopetas y todos con el mismo temor y la misma turbación, y que habían disparado sobre la ternura inviolable de la diosa y a partir de entonces parecían más fuertes, invulnerables. Ahora les tocaba a ellos, que habían entrado en esa terrible edad en que nada de lo que hicieran tendría un valor auténtico si no conllevaba un peligro o transgredía una prohibición. A ellos les tocaba atravesar la línea de sombra tras la que habitaban los adultos para comenzar a incorporarse al mundo.
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En la segunda escena nos encontramos con un viajante que hace una propuesta laboral a Camilo para trabajar en Madrid de mecánico. Llega Martín Cupido. Queda claro que no aceptará el trabajo por Luz:
-¿Ella no quiere marcharse?
-No, aunque dice lo contrario.¿Tú qué harías si fueras una mujer soltera, de treinta años y poco acostumbrada a hablar con extraños, que desprecia a esos bribones de Madrid con insignias en las solapas y te propusieran que dejaras el lugar donde te sientes segura y libre para ir a encerrarte en el piso de una ciudad donde no conoces a nadie solo porque tu padre…?
Martín Cupido pensó unos segundos, se ayudó con el humo a precisar su respuesta y a fin respondió:
-Le diría a mi padre que nos fuéramos a Madrid aunque estuviera muerta de miedo y deseando quedarme.
-¿Y qué harías entonces si fueras su padre?
-Creo que lo mismo que vas a hacer tú?
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La tercera y última escena de la novela nos sitúa ante Ugarte y De las Hoces. Ugarte enfermo y convaleciente. Todavía la épica de la guerra con esos Sonetos a la piedra de Dionisio Ridruejoque tiene sobre la mesa. Un libro de la inmediata postguerra, pero que para él todavía es palabra viva. Ugarte también su escopeta de balines con la que dispara a los pájaros, como el niño que fue, como los niños que quieren hacerse mayores y que antes nos encontramos.
Hablan de la guerra, de las atrocidades, de la crueldad, de la muerte. Escuchemos:
-¿Arrepentirme? –repitió como si no hubiera oído antes esa palabra-. ¿De qué?
-DE haber disparado.
-No, no me arrepiento de eso. Era mi obligación y cumplí con ella de la mejor manera que supe hacerlo. Ya te lo he dicho antes. Queríamos la victoria e hicimos todo lo necesario para conseguirla.
-¿A qué precio?
-A cualquier precio. Y no me vengas hablando de la belleza crepuscular de la derrota, del atractivo de los héroes perdedores. ¡A la mierda todo eso! Lo más hermoso de la guerra es la victoria –concluyó con una mirada orgullosa e indomable incluso en la enfermedad-. Solo me arrepiento de cómo la hemos desperdiciado después. No hemos sabido hacer la transición adecuada entre el frenesí de la guerra y el sosiego de la paz. Por eso España sigue hundida en el atraso. Han transcurrido doce años y todavía no hemos logrado consolidar aquel proyecto de nación y de destino.
-Estás hablando como en un mitin –lo interrumpió.
-Y de destino –repitió, desdeñando su comentario-. Tampoco hemos logrado incorporar a él a nuestros antiguos enemigos.
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Ugarte obtuvo la victoria, pero no ha triunfado. De las Hoces quiere limpiar el Mausoleo, pero Cuaresma, y los camisas nuevas, no se lo permiten . hablan de la campana, de la necesidad de rehacerla con los mismos materiales con los que una vez se fundió:
-Nunca entendí que compraras todo aquel metal para volver a fundir la campana. Había sido más fácil…
-No –lo interrumpió.
-…comprar el cobre y el hierro en otro sitio.
-No. Con otros materiales no habría sido lo mismo. Al recuperar el material que primero fue campana y luego balas y luego otra vez campana fue como si no hubiera sucedido todo aquello.
-Pero lo sucedido no puede… -repuso Ugarte, pero no terminó la frase.
-¿Ibas a decirme que no puede corregirse? ¡Claro que sí puede! ¿Qué están haciendo, si no, quienes ahora mandan? También a ti te he oído repetir más de una vez que las cosas sucedieron de forma diferente a como lo están contando.
-De acuerdo, de acuerdo –contestó Ugarte, fatigado-. Tienes razón. Pero si quieres que te den permiso, no lo vayas repitiendo por ahí. Hablaré con Cuaresma para que puedas limpiar aquellas ruinas para siempre. Y que no quede nada.
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